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Analizar es moderarse

  • Jorge Jaef
  • 7 dic 2015
  • 7 Min. de lectura

De entre todas las ciencias sociales… De entre todas las disciplinas sociales con pretensiones de cientificidad, pocas se encuentran tan impregnadas de lo político como las Relaciones Internacionales. Una ciencia… Una disciplina con pretensiones de cientificidad nacida al calor del ascenso de Estados Unidos como potencia mundial e influenciada, tanto en sus recortes temáticos como en sus enfoques teóricos, por el hegemón global. La academia abocada a lo internacional -habitué de los pasillos del Congreso estadounidense y representante de una visión del mundo en la cual “the indispensable Nation” puede hacer lo que se le dé la gana-, ha constituido históricamente uno de los basamentos de la política exterior del país. Esa visión del mundo, más emotiva que racional, ha logrado (y logra aún) colarse entre líneas de pretendidos “análisis” que muchas veces están más cerca de ser diatribas incendiarias que una revisión coherente del estado del mundo.

Un hecho interesante es que la evaluación de las lógicas de pensamiento de los analistas internacionales estadounidenses, abre las puertas a una percepción del sustento de la política exterior de los Estados Unidos. Así, fenómenos como la creencia automática en la propia superioridad, la paranoia, la construcción de enemigos, que uno asociaría a acciones de los líderes dirigidas al consumo –ideológico- interno (legitimación democrática ante la opinión popular), expresan en realidad (y lo que es peor) que existen círculos académicos convencidos de “verdades” como que Putin es la versión 2.0 de Stalin o que se está dando una “Nueva Guerra Fría”, que ya de por sí constituye un problema conceptual como para, además, andar otorgarle recurrencia histórica.

El problema se vuelve peor cuando una serie de distorsiones que se supondría que lo científico debe evitar, se imponen por sobre la advertencia de moderación que implica el sentido común. Casi sin excepción, el caso estudiado no va a ser tan extremo como para plantear un problema realmente grave para los centros de poder globales. Las “líneas rojas” de la política internacional son cruzadas constantemente. O lo que es lo mismo, no hay verdaderas “líneas rojas”. El dramatismo, la exageración no son más que herramientas de la academia para erigirse en fuente de consulta dentro de una sociedad (“figurar”). El problema es que en el proceso de exageración de la relevancia de los acontecimientos, los análisis sufren y la información para el enfoque de las crisis también. Tras catorce años desde el 11-S, tras veintiséis de la disolución de la URSS, tras setenta desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, queda claro que la historia sigue y Fukuyama estaba equivocado.

Otra distorsión grave viene dada por las modas. El problema es que en la moda real, sustituir el coral por el azul no acarrea problemas más allá del trauma eventual por no encajar en alguna fiesta en las mansiones de los Hamptons de Nueva York o la mirada hostil de algún milanés en la galleria Vittorio Emanuelle. En el estudio de lo internacional, en cambio, la moda académica resulta en un manoseo de temas y países que son levantados y luego arrojados nuevamente al vacío casi como si de objetos se tratara. El ébola nos demostró que los países africanos importan si y sólo si, se erigen en foco de una posible pandemia global que pueda matar a occidentales también; el auge –y desaceleración- BRIC (luego BRICS) probó cómo se puede pasar de ser la primera línea del progreso global a un puñado de países agolpándose nuevamente frente al cuello de botella que representa la transición hacia el desarrollo; el tiempo transcurrido desde los atentados terroristas contra el World Trade Center y el Pentágono en 2001 permitió que la neblina armamentista se disipara y pudiéramos recordar que el terrorismo existe desde el Siglo XV y que la forma de combatirlo no es bombardear países (permitiendo enfocar el debate en términos de “contraterrorismo vs. contrainsurgencia”); el relanzamiento internacional ruso demostró que estos no suelen ser buenos vecinos y que nunca están tan débiles como parece desde la mirada occidental. Estos ejemplos, burdamente recopilados exponen de qué manera la falta de seriedad en el enfoque de lo internacional repercute en la exageración de ciertas cuestiones y la completa ignorancia de otras que, en ocasiones, pueden ser de primer orden.

Otros casos que cobran relevancia sólo por momentos son la cuestión migratoria, el funcionamiento del sistema financiero internacional, la proliferación nuclear (si algún Estado malo y feo intenta desarrollar armas de destrucción masiva), la reforma de las Naciones Unidas –la cual no es un Estado pero que todos exigen funcione como tal… No está mal que las prioridades varíen. La agenda internacional no es una ni está unificada, las relaciones de poder moldean la priorización de temáticas y el ejercicio de plantear algo como verdad es, en definitiva, resultado de dinámicas de poder. Sin embargo, lo que es preocupante es que la academia parezca un equipo de fútbol de infantes de 5 años donde todos corren alrededor de la pelota sin ningún tipo de lógica, queriendo hacer todo y sin respetar ningún criterio de moderación.

Un caso extremo de moda podría plantearse en los términos de “raptos eufóricos políticos”. Casos de raptos eufóricos políticos abundan en la actualidad y es indudable que academia y política de los Estados Unidos coinciden para producir tal situación. Estos arranques histéricos de las élites pueden tener consecuencias nulas o meramente declarativas como puede ser el proyecto de Donald Trump de construir una pared (sí, construir una pared) para frenar la inmigración desde el sur del hemisferio hacia Estados Unidos, o el revisionismo histórico de Netanyahu, a través del cual una nueva visita al pasado lo lleva a afirmar que Hitler no quería exterminar a los judíos alemanes sino expulsarlos pero que optó por ello cuando el líder palestino Haj Amin al-Husseini lo convenció de torcer su rumbo ante el temor de que aquellos fueran a parar a Palestina. Bibi…

Pero en oposición a estos casos, los raptos eufóricos de la política internacional, pueden conllevar consecuencias graves. La alocada decisión de los Estados Unidos de incorporar a Ucrania y Georgia al Membership Action Plan de la OTAN, instancia previa a la adhesión como miembros a la Alianza, podría haber originado un sinnúmero de problemas, si no hubiera sido porque los europeos recordaron –por un instante- que no necesariamente tienen que inmolarse siguiendo al Tío Sam, que más que tío parece un tutor a tiempo completo… Y uno bastante irresponsable, para peor… Por suerte los europeos se acordaron que seguirlo y reconocer Kosovo meses antes no les había salido tan bien y por un tiempo tendrían a Georgia on their minds. Los rusos amigables como siempre, se comportaron coherentemente durante todos los avances occidentales desde 1998 en la operación de la OTAN contra Serbia y hasta los últimos roces por la cuestión Siria, pasando por las intercepciones de barcos con componentes del escudo antimisiles por parte de cazas rusos en el mar Negro. Es gracioso que hasta la crisis ucraniana y la conquista (sí, conquista) de Crimea ningún analista prestigioso de los Estados Unidos (en diálogo con el poder), se haya dignado a leer los conceptos de política exterior y de seguridad nacional de Rusia, documentos que podrían resumirse en un “Rusia para tontos” y cuya ponderación hubiera ahorrado incontables dolores de cabeza. El problema, según parece, es que los rusos insisten en poner su país cerca de las bases de la OTAN. Bravucones…

Claramente lo internacional no es un ámbito de fácil abordaje. Los intereses se mezclan con la capacidad o falta de ella de los analistas. Los sesgos en materia de formación y la diversidad de países o regiones desde las cuales observar el mundo no ayudan a la tarea. Ahora bien, lo que es innegable es que la falta de seriedad de los análisis, provenga desde donde provenga, no puede justificarse. Que distintos enfoques producen distintas evaluaciones de los datos es cierto. Ahora bien, ese hecho no oscurece otro -igualmente cierto- que es que los que pretendemos analizar lo internacional tenemos que cerrar filas contra la actitud marketinera de aquellos centros internacionales de pensamiento que en virtud de una cierta legitimidad o validación, pretenden, y muy frecuentemente consiguen, vender como serias consideraciones que no lo son, evitando reproducir esas formas de producción (proto) académica. Que la objetividad no exista no otorga vía libre para plantear que Rusia tiene problemas serios ya que el turismo decayó en Crimea desde su anexión, aunque pueda tener otros. Que la objetividad no exista no puede nunca avalar la tesis de que Rusia no tiene el status de potencia regional, aunque carezca de la influencia de la era soviética. Que la objetividad no exista no puede avalar que se le recomiende al gobierno estadounidense enviar armas a Ucrania (y que se hayan producido tales proyectos legislativos), aunque sea debatible que hay que intervenir. Que la objetividad no exista no puede llevar a decir que la culpa de la crisis económica en la Unión Europea es de los alemanes por tener una población más proclive al ahorro y ofrecer mejores prestaciones sociales, aunque hay otras causas que tal vez sí sean responsabilidad de la potencia. Que la objetividad no exista no puede llevar a que se pretenda explicar que lo que Grecia necesita es un tercer salvataje y que achicando su PBI se va a resolver la crisis aunque… No hay “aunque” para esa. No se puede. Que la objetividad no exista no puede llevar a la academia a creer y reproducir sin más que China planea ascender pacíficamente, aunque pueda proyectar esa imagen y buscar un liderazgo más discreto. Que la objetividad no exista no puede avalar que se hable del fin abrupto de los Estados Unidos como hegemón global, aunque el debate sobre la declinación sea relevante y la misma pueda concretarse eventualmente.

El análisis de lo internacional puede hacerse desde cualquier enfoque y desde cualquier posición. Pero ha de ser, ante todo, análisis. Si se cree en la utilidad y el valor de tan noble tarea, entonces corresponde defenderla de la venta de mitos. El análisis internacional es algo bueno y moderarse es parte de hacerlo bien.

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