Estado Islámico - antes que las respuestas, busquemos las preguntas
- Jorge Jaef
- 14 jun 2016
- 6 Min. de lectura

Ponga un ministerio de seguridad desempleado, una pizca de falsos textos religiosos y un buen community manager. Luego, póngale al adefesio resultante un nombre ambicioso. Frankenstein[1] fue un país americano de sostenida presencia en el Medio Oriente. Como un verdadero “científico loco”, Estados Unidos desarmó Irak y dejó su aparato de seguridad desmembrado y a sus recursos humanos desempleados. Los ahora asesores técnicos del Estado Islámico, le dan acceso a inteligencia y expertise que garantizan una preparación a la que ningún grupo terrorista ha accedido hasta el momento. El segundo ingrediente tiene un origen más difuso. El Estado Islámico ofrece una interpretación extrema de ciertos textos sagrados del Islam (los demás los inventa). La corriente religiosa en la que sus militantes se enrolan es el wahabismo, una lectura que hace que la Edad Media aparezca como una etapa de apertura mental y tolerancia entre todas las personas. El tercer ingrediente son las redes sociales, apuntaladas por eso que nadie entiende pero todos coinciden en llamar “globalización”. Sin importar los hechos, el Estado Islámico graba ejecuciones en 1080HD, las sube a Twitter desde sus smartphones y nos promete, a lo largo y ancho del mundo, una muerte horrorosa a todos los infieles: #KissesFromISIS.
Es indudable que el Estado Islámico constituye un fenómeno nuevo. Es irresponsable categorizarlo como un proyecto de construcción estatal pero es también ridículo pensar que se trata de una organización terrorista. Con pocas excepciones, parece faltar claridad cuando se trata de determinar, por ejemplo, por qué un proyecto estatal realiza y apoya –o al menos se atribuye- atentados en zonas, de momento, no prioritarias para sus fines. A decir verdad, tampoco es fácil entender cuál es el fin último de la organización, mucho menos otorgarle un nombre al fenómeno. Todo esto se vuelve más confuso si se evalúa que la realización de atentados en Europa origina respuestas por parte de los Estados que los sufren en territorio propio. Estas represalias from Europe with love, serían una medida equivocada contra una amenaza asimétrica (organizaciones terroristas) pero podrían ser efectivas contra una entidad estatal. El terrorismo triunfa cuando no es destruido; los Estados cuando se consolidan. Si el EI quiere ser una organización terrorista, ¿por qué fundar un Estado? Si el EI quiere ser un Estado ¿por qué forzar una respuesta militar para amenazas simétricas (Estado vs. Estado) y comprarse una dificultad adicional?
La opción fácil sería que desde el realismo político gritemos “déficit de racionalidad” y pensemos que la dirigencia del EI está confundida o se deja llevar por el odio hacia Occidente y su forma de vida volcada a la “prostitución y el vicio”, según indicó el comunicado posterior a los ataques de París. Es una posibilidad. También lo es que la realización de los atentados persiga una función ideológica de cohesión interna o moralización de los militantes. Otra alternativa sería ver los ataques asimétricos como una técnica de intimidación o una demostración de fuerza –fuerza que no sería necesario demostrar si el Estado Islámico fuera en verdad una amenaza seria para el resto del mundo. No está claro cuál es la respuesta. En el campo de las Relaciones Internacionales, nos enseñan que no hay que tratar de develar las motivaciones de los actores (que nos son siempre esquivas) sino analizar sus comportamientos efectivos. Punto para la Teoría de las Relaciones Internacionales. En efecto, la cuestión de por qué el EI se comporta como se comporta es menos importante que las dudas sobre cómo contenerlo y privarlo de sus medios de acción. Los medio s de acción van desde armamento militar de dudosa procedencia, hasta vehículos Toyota, de indudable procedencia si tenemos en cuenta que el país de la región que tiene contratos de equipamiento militar con la firma japonesa es Arabia Saudita. Y así como una casa no se puede comprar con amor, lo mismo aplica para los tanques T-62 y T-55 soviéticos que usa el Estado Islámico. Si el petróleo del territorio sirio se vende en el mercado negro, es porque alguien lo compra. Y, entre muchos posibles demandantes, el confirmado es un país bicontinental de pasado imperial y con un presidente que fue cruel pero ingeniosamente, comparado con Gollum[2].

Los ataques terroristas perpetrados por el Estado Islámico en los territorios de Francia y Bélgica ponen en vilo a la Humanidad. Es un cliché señalar que la cantidad de víctimas europeas del terrorismo internacional es ínfima cuando se compara con las bajas civiles que tienen lugar en el resto del mundo. El cliché es, sin embargo valedero y debe tenerse en cuenta. Sin embargo, los líderes europeos, se ven arrastrados a reaccionar con dureza y allí es que se cometen errores.
De todas las ideas que surgen cuando un Estado es golpeado por un atentado terrorista, la peor de todas es magnificar el impacto del hecho. Los políticos occidentales reaccionan, indefectiblemente, mostrando dureza, ordenando bombardeos (pero nunca botas en la tierra), reforzando los aparatos de inteligencia, entre otras medidas. La dureza es una acción para consumo político interno, los bombardeos tienen un alcance muy limitado, el apuntalamiento de la inteligencia puede servir o no. A ese mar de desconcierto se suma la repercusión mediática de los actos terroristas que se vuelven el eje de las noticias durante no menos de una semana. Como consecuencia, la ciudadanía presiona a sus dirigentes, lo que es legítimo, pero termina viabilizando cursos de acción que casi siempre resultan contraproducentes.
El ISIS es la vedette entrada en años del terrorismo. No por la parte de entrada en años. En realidad, tampoco por la parte de “vedette”. En fin… La idea es que el EI está buscando llamar la atención. En la medida en que consigue llamar la atención, fortalece la difusión de su mensaje, tanto entre los propios como entre los ajenos. Esta difusión es un medio de cohesión interna, de intimidación al enemigo y, también, de captación de militancia entre jóvenes del mundo desarrollado, aburridos por una vida demasiado cómoda y carente de estímulos. La posmodernidad podrá ser modernidad líquida[3] pero para la juventud del mundo desarrollado y semi-desarrollado es, ante todo, aburrimiento. El Estado Islámico no es sino uno de los parques de diversiones de norteamericanos y europeos jóvenes y frustrados. En un mundo donde la gloria no tiene existencia prácticamente en ningún ámbito, la realización de la persona puede conllevar éxito, pero nada más… La comodidad que deriva del desarrollo y la falta de regulación social y psicológica que acosa a los jihadi Johns[4] del mundo, podría explicar que exista un flujo de recursos humanos terroristas importados por el proto-Estado constituído a costa de Siria e Irak. Cabe preguntarse si quien viaja a empuñar una AK-47 en defensa de una salvajada como el EI, no es el resultado de lo que el francés Durkheim y luego –aunque con matices- el estadounidense Parsons, llamaron “anomia”. Quién sabe…
Entonces, revisado todo lo revisado, ¿qué es el Estado Islámico? Cuando Obama declaró que el Estado Islámico era una organización terrorista, se equivocó. Cuando optó por estrategias de contraterrorismo y contrainsurgencia para combatirlo, ratificó ese error. Y cuando la Rusia de Putin empezó a bombardear posiciones del ISIS (y de algún que otro foco rebelde opositor a al-Assad) en conjunto con las operaciones terrestres del ejército sirio, el error de concepto fue evidente: las operaciones militares con enfoque simétrico (Estado vs. Estado) forzaron el repliegue del Estado bandido. Las organizaciones terroristas no controlan territorio, ni mantienen líneas de comunicación, ni se dotan de poder fiscal, ni desarrollan fuerzas armadas semi-regulares. Para el Estado Islámico, el terrorismo es una táctica y su impacto mediático es inconmensurable. Pero ello no debe confundir a la hora de elegir los medios para combatir a lo que es una organización cuasi-estatal.
[1] El Dr. Víctor Frankenstein es un personaje ficticio que en la obra “Frankenstein”, escrita por Mary Shelley en 1818, da vida a un monstruo. Frankenstein alude al científico a cargo y no al monstruo.
[2] El actual presidente de Turquía, Tayyip Erdogan fue comparado con el personaje ficcional de la saga “El Señor de los Anillos” por un médico del servicio de salud pública del país. El médico recibió una pena de dos años tras un juicio durante el cual se convocó a expertos para determinar si el parecido físico entre el Presidente y Gollum era efectivo o no. Esta historia es completamente verídica.
[3] Alude a la expresión con la que Zygmut Bauman, pensador contemporáneo, alude a la posmodernidad. Implica la falta de marcos de referencia y una excesiva ´liviandad de los acontecimientos.
[4] Generalización por cuenta del autor, que apunta a ejemplificar al joven de buena posición socio-económica instalado en un país desarrollado, que se suma a luchar en las filas del Estado Islámico. “Jihadi John” fue el nombre que se le otorgó a Muhammad Jassim Abdulkarim Olayan al-Dhafiri un luchador del EI encargado de las ejecuciones filmadas y divulgadas por internet. El joven, oriundo de Kuwait, vivía en Londres y había estudiado en la Universidad de Westminster.
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