Romanos y bárbaros
- Pilar d'Alò
- 14 jun 2016
- 5 Min. de lectura

“Integrar”
Del lat. integrāre 'renovar', 'completar'.
1. Dicho de diversas personas o cosas: Constituir un todo.
2. Completar un todo con las partes que faltaban.
3. Hacer que alguien o algo pase a formar parte de un todo.
4. Comprender.
5. Aunar, fusionar dos o más conceptos, corrientes, divergentes entre sí, en una sola que las sintetice.
(…)
Real Academia Española
En noviembre de 2015 llegaron a ser un millón, y para el 2016 se espera el mismo número. El dilema de los migrantes no se ha atenuado, manteniéndose en los primeros lugares de la agenda de la UE y de los países que la componen. Lo que debería sorprender, pero que tristemente era de esperar, es que este lugar en la agenda ha sido ganado además del “problema migrantes” di per se, por las polémicas y las divisiones internas que ha provocado entre los estados que integran e aspiran a integrar la Unión Europea.
Cuestión de fronteras
El área de Schengen une las fronteras externas y anula las internas entre 22 países miembros de la UE y otros 4 asociados, por un territorio total de 4,3 millones de km2 y 420 millones de habitantes, 98 habitantes por km2. Aunque Asia nos demuestre que hay casos peores, cualquiera que haya pisado una capital europea sabe qué quiere decir sentirse rodeado por muchísima gente, sin tener en consideración el turismo que en todo momento entorpece las calles de las ciudades. Para entendernos, los europeos tenemos la impresión de estar bloqueados en una Mar del Plata o Villa Gesell en pleno verano, durante todo el año. Si a esto le sumamos un multiculturalismo cotidiano que nos hace interactuar con religiones, lenguas y todos los colores del arcoíris, y también el arrastre de esta crisis económica que sigue sin garantizar estabilidad, es entendible que los europeos nos sintamos un poco presionados.
La receta para el mal camino se compone de crisis económica e inmigración de poblaciones distintas por religión, historia y/o cultura. Fueron los europeos del este, los pakistaníes e hindúes, los magrebíes y los turcos un poco en toda Europa. Una cierta dosis de derechas y nacionalismos existirán siempre sin ir más allá de un folklórico grupo de xenófobos en tanto se mantengan en las líneas de un partido que, como tal, puede ser controlado. Las cosas se complican cuando a esta receta le agregamos un par de atentados suicidas llevados a cabo por mismos ciudadanos europeos descendientes por segunda o tercera generación de migrantes. Porque cuando trasladamos las realidades del terrorismo a nuestras casas, el miedo se adueña de nosotros y esas ideas nacionalistas y de derecha, camufladas bajo el nombre de la seguridad llegan a ser dirección y mando.
En septiembre del año pasado cuando supimos del muro que Orban en Hungría quería construir, nos pareció cosa de locos. Inhumano, un retorno al pasado, un verdadero fascista. Luego vinieron los atentados de noviembre en París y con el 2016 la barrera entre Macedonia y Grecia. En marzo los atentados a Bruselas y ahora el control del Brennero por parte de Austria en su frontera con Italia. Hungría y Austria son los delincuentes de la situación. Suspendieron el Tratado de Schengen con total impunidad, en contra de las directivas de la Unión Europea. Sin embargo, en todos los países que integran el área hay voces internas que piden suspensiones totales o parciales, pactadas con la UE o totalmente independientes, barreras físicas o controles de documentos.
Parecería que los fatalistas que veían en los atentados en París el signo premonitor del final de la Europa sin fronteras iban por el camino correcto al decir que el miedo al terrorismo sumado al miedo al extranjero, en la época de migraciones masivas concentradas en un territorio relativamente pequeño como el europeo, no podía más que dar como resultado un recorrido progresivo pero cierto hasta la desaparición de Schengen.
Cuestión de dignidad
Cuando hablamos de dignidad hablamos de una de las condiciones básicas de los seres humanos. Sin la dignidad de ser considerado hombre, ¿Cómo se puede serlo?
La dignidad adentro. La dignidad de los migrantes nuevos y viejos que lograron establecerse en Europa. Sus casas, sus posibilidades de trabajo y de escolarización de los niños, cursos de lengua, en fin, su posibilidad de integración en una nueva comunidad.
Francia y sus banlieue son la expresión más potente de esta falla en la dignidad y la integración. Barrios pobres en la periferia de las grandes ciudades donde crecen generaciones de emarginados, enojados y culturalmente ajenos al país. Hijos de los inmigrados árabes de las últimas décadas, franceses de nombre pero no de identidad. El rechazo de la comunidad francesa, la baja escolarización y la criminalidad, la falta de oportunidades y la segregación que no son culpa de nadie y son culpa de todos, y que al final se vuelcan por exasperación al mensaje fanático de los extremismos religiosos.
La dignidad afuera. El 7 de marzo 2016 se firmó un acuerdo entre la Unión Europea y Turquía para darle un poco de respiro a Grecia, base principal de la ruta balcánica y receptora del 85-90% de los migrantes, ahora bloqueados en el país helénico por las fronteras macedones cerradas.
A grandes rasgos, el acuerdo estipula el retorno de los irregulares a Turquía, o sea aquellos que no hayan presentado pedido de asilo y la garantía de aceptar y redistribuir los migrantes que no hayan intentado un ingreso ilegal. Por otro lado, se le garantiza a Turquía la aceleración de los procedimientos de adhesión a la UE y asistencia financiera para mejorar las condiciones de vida de los 2,7 millones refugiados en su territorio.
Sin embargo, como numerosas ONG y agencias de la ONU han observado, la legalidad de este acuerdo se basa sobre el hecho de considerar Turquía un país tercero seguro y encargado de examinar los pedidos de asilo. Human Rights Watch y la UNCHR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados) han recordado que Turquía ratificó la Convención sobre Refugiados de 1951, pero es el único país a aplicar una limitación geográfica por la cual solo los ciudadanos europeos podrán obtener en el país el estatus de refugiado. A principios de abril, Amnesty International pareció confirmar los temores: según sus investigaciones los funcionarios turcos estaban deportando ilegalmente cada día varios refugiados registrados y con pedido de asilo pendiente, mientras en los campos impedían los registros necesarias para obtener los servicios básicos y no ser considerados ilegales.
Rompiendo todas las leyes turcas, europeas e internacionales se cree haber demostrado la incapacidad de Turquía de encargarse de un asunto tan delicado, y la hipocresía europea que parece querer cerrar los ojos y fingir que todo esto no esté pasando.
La solución turca, además de ser lenta e insegura tampoco es definitiva. La ruta balcánica no es la única, y los últimos desembarcos en el sur de Italia parecen demostrar una renovada actividad en el Mediterráneo. No sorprendería que volviera a activarse también la ruta española, que no vive significativos procesos migratorios desde los años noventa.
Integrar
Estamos de frente a un círculo vicioso que no termina. El del extranjero y el autóctono, sus identidades y tradiciones, el cierre o la apertura de las fronteras, el de aceptar con recelo o de rechazar con culpa. Pero como el significado de la integración misma nos sugiere, no se trata de elegir entre dos extremos, sino de lograr la unificación de dos diversos para lograr un todo. Las sociedades europeas se han modificado enormemente a lo largo de los siglos, donde cada nuevo “bárbaro” integrado a la comunidad contribuyó enormemente a la evolución de su identidad. Esto es lo que nos debe terminar de entrar en la cabeza: no somos fijos, no somos eternos, y como no lo somos los hombres no lo son las sociedades y las identidades. Mutamos en forma y en sustancia constantemente, menos en nuestro ser hombres y la dignidad que de ello deriva.
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