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Y un día, se rompió el bipartidismo

  • André de Foix
  • 14 jun 2016
  • 4 Min. de lectura

Las Elecciones Generales a Cortes, realizadas en diciembre 2015, han demostrado de manera fehaciente la erosión y crisis de legitimidad que enfrentan los partidos tradicionales de la democracia española (Partido Popular - PP y Partido Socialista Obrero Español – PSOE). Por primera vez en más de treinta años, la suma de los porcentajes de voto de estos dos partidos se acerca sólo al 50%, lo cual indica que prácticamente la mitad de los ciudadanos españoles optaron por otros partidos ¿Cambia de una vez y para siempre el sistema político español?

El pasado diciembre, los ciudadanos españoles concurrieron una vez más a las urnas, para definir la composición de las Cortes para la próxima legislatura. Recordemos que, como se trata de un sistema parlamentario, no es sólo una elección legislativa, pues si bien se eligen diputados y senadores, los legisladores son además los encargados de designar el próximo presidente español. Y el resultado de las elecciones nos demuestra algo que se venía palpitando desde hacía tiempo: la transferencia de grandes caudales de voto desde los partidos tradicionales del bipartidismo español (PP y PSOE) hacia los partidos que supieron encauzar el descontento general tras la crisis socio-económica española (Podemos y Ciudadanos). De modo que, de buenas a primeras, podemos señalar que tras la crisis económico-financiera y el surgimiento del movimiento de los Indignados, muchos ciudadanos han retirado su apoyo a los viejos partidos, buscando de alguna manera renovar o incluso refundar el sistema político español.

Difícilmente podríamos obviar el impacto que la crisis desatada desde 2008 ha tenido en la sociedad española, en gran medida similar (no en sus características económico-financieras, pero sí en su efecto sobre la psicología colectiva) a la que sufrimos los argentinos en el año 2001. Rápidamente, la crisis económica generó coletazos sobre el ámbito social (movimientos Anti-Desahucios, movimiento de los Indignados), y consiguientemente un gran descrédito hacia la clase política, juzgada como uno de los grandes responsables de la caótica situación. Lógicamente, la crisis de legitimidad de los partidos tradicionales, sumada a los casos de corrupción que se fueron destapando y la decisión por parte de ambos gobiernos (el del PSOE, en su tramo final, y el del PP, a partir de 2011) de hacer grandes concesiones y recortes en el ámbito social para aplacar el colapso económico, no tardaron en hacer más atractivas otras alternativas políticas.

En efecto, los partidos “nuevos” que más votantes atrajeron en las últimas elecciones, Podemos y Ciudadanos, no sólo cuestionan (especialmente Podemos) los contenidos de las políticas aplicadas, sino que desde lo discursivo apuntan a una “nueva manera de hacer política”, que apunte a cerrar la brecha existente entre los movimientos ciudadanos y la clase política como tal. No es extraño, entonces, que estos partidos apuesten, por lo menos desde la palabra, a generar estructuras organizacionales menos verticalistas y apostar por la participación de ciudadanos que jamás habían militado políticamente. Parece tratarse -el tiempo nos dirá si estamos en lo cierto- de un nuevo modelo político-partidario, que busca legitimarse a partir de la cercanía con el individuo común.

No obstante el surgimiento y crecimiento de estos partidos, que obligan a rever las alianzas y complejizan el proceso de negociación para la investidura de un nuevo presidente, lo cierto es que todavía una gran porción de la población española (cerca de la mitad) ha optado por el PP o el PSOE, con lo cual tampoco podemos caer en el error ingenuo de pensar que estos partidos no ocupan un lugar de privilegio dentro del sistema político. De aquí se deriva otro interrogante que sólo podremos responder a medida que se sucedan los acontecimientos: ¿la transformación del sistema bipartidista en uno multipartidista favorecerá el diálogo interpartidario y acercará a los ciudadanos con las instituciones, o -y remarquemos una vez más que se trata de un sistema parlamentario, donde si un partido no saca una importante mayoría de escaños necesariamente debe negociar para constituir gobierno- los partidos aprovecharán su recién adquirido “derecho de veto” para entorpecer la acción legislativa?

Las negociaciones para elegir un nuevo presidente no llegaron a buen puerto, convirtiéndose una nueva convocatoria a elecciones una opción que se hizo real y definitiva para el 26 de junio. ¿Cuáles serán los resultados de las nuevas elecciones?¿Los españoles volverán al viejo sistema bipartidista en favor de la estabilidad o confirmarán la tendencia vista en diciembre? De ser necesario, ¿qué clivaje interpartidario será el definitivo a la hora de pactar? ¿Se pondrán de acuerdo los partidos de acuerdo a su filiación ideológica (donde los agrupamientos PP-Ciudadanos y PSOE-Podemos serían los más coherentes) o los partidos tradicionales llegarán a un acuerdo para frenar el avance de los demás?

[1] En las elecciones de 1977 y 1979, lo que es hoy el Partido Popular se presentó como Alianza Popular y Coalición Democrática. No obstante, la centro-derecha española votó masivamente a la Unión de Centro Democrático de Adolfo Suárez, formación que se descompuso tras la salida de éste en 1981, siendo muchos de sus votantes absorbidos por la, en ese entonces, Alianza Popular. Se trató de un proceso de constitución de un partido democrático fuerte de centro-derecha tras la muerte de Franco, que se saldó finalmente a favor de Alianza Popular en las elecciones de 1982. Por ello, no se incluyen las dos elecciones generales anteriores en el cuadro.

[2] El Partido Popular se denominaba entonces Alianza Popular.

[3] El Partido Popular se denominaba entonces Coalición Popular.

[4] Se incluyen aquí los escaños obtenidos por las coaliciones regionales En Comú Podem, Compromís-Podemos-És el moment y Podemos-En Marea-Anova-EU.

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