Srebenica: 20 años no son nada
- André de Foix
- 11 jul 2015
- 3 Min. de lectura
La región de los Balcanes tuvo el triste honor, durante la década de los noventa, de aportar un nuevo concepto a la opinión pública internacional. Del serbocroata “etničko čišćenje” deriva la expresión “limpieza étnica”, tan popular en aquellos momentos para describir lo que sucedía en la ex Yugoslavia. Básicamente, este eufemismo era utilizado para referirse al traslado forzoso o bien a la eliminación lisa y llana de individuos de un determinado grupo étnico o religioso de un territorio, por parte de individuos de otro grupo del mismo carácter. Y la República de Bosnia y Herzegovina, al decidir declararse independiente de Yugoslavia en 1992, se transformó en uno de los escenarios protagónicos de este deplorable accionar.

Si bien prácticamente todas las ex Repúblicas que integraban Yugoslavia eran cultural y étnicamente heterogéneas al momento del estallido del conflicto armado, Bosnia y Herzegovina era especialmente problemática. Los bosníacos, o bosnios de religión islámica, representaban el 41% de la población; los serbo-bosnios, de religión ortodoxa el 30%; y los croatas, de religión católica el 18%. En este marco, los excesos cometidos por todos bandos en liza sobre la población considerada enemiga estuvieron a la orden del día. No obstante, fue dentro del territorio controlado por el Ejército de la República Srpska, compuesto por serbo-bosnios, donde se cometieron los crímenes más duros, siendo la masacre de Srebrenica el exponente más macabro de la violencia étnica durante el conflicto.
El 11 julio de 1995, el general Ratko Mladić –hoy en día siendo juzgado por el Tribunal Internacional Penal para la ex Yugoslavia bajo varios cargos, entre ellos el de genocidio- ingresó al mando de las tropas serbo-bosnias al pueblo de Srebrenica, donde se refugiaban en condiciones precarias decenas de miles de bosnios musulmanes. Calificado este pueblo como “zona segura” por Naciones Unidas, debía ser protegida por un contingente de aproximadamente 300 cascos azules holandeses. Sin embargo, las tropas del organismo internacional decidieron no detener el avance del Ejército de Mladić, escribiendo una de las páginas más negras en la historia de Naciones Unidas. No sólo no abrieron fuego sobre las tropas serbo-bosnias, cediéndoles el control sobre la población que debían proteger, sino que hicieron prácticamente de rehenes frente a la OTAN, y no denunciaron en aquel momento las atrocidades que se fueron cometiendo. Y es que efectivamente, lo peor se desencadenó después de la toma de la ciudad. A lo largo de los días subsiguientes, los serbo-bosnios se dedicaron a asesinar a 8373 bosnios musulmanes, en principio varones en edad militar, pero luego también ancianos, niños y mujeres.
En julio de 2015 se cumplió el vigésimo aniversario de la masacre de Srebrenica, aniversario que fue conmemorado por los familiares de las víctimas y una gran cantidad de ciudadanos bosnios en el cementerio de Potočari, donde se encuentran los restos de la mayoría de las personas asesinadas. Y el Primer Ministro serbio, Aleksandar Vučić, tomó la errónea decisión de concurrir al evento. ¿El resultado? Esperable. La imagen de Vučić retrocediendo, escoltado por sus guardaespaldas, entre piedras y botellas arrojadas por algunos de los bosnios asistentes a la conmemoración. Recordemos que después de todo, solamente unos días antes del aniversario, Rusia había vetado, a pedido de los serbios y de la República Sprska, una resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas calificando lo sucedido en Srebrenica como un genocidio.
Parece difícil –y lógico- que Vučić, uno de los principales líderes del conservadurismo serbio pueda presentarse personalmente en la escena del crimen. El mismo Vučić que fue un ferviente nacionalista serbio durante el conflicto, y al cual se le atribuye la frase “por cada serbio muerto, mataremos cien bosníacos”.
Lo cual demuestra, una vez más, que las heridas abiertas por el conflicto armado en la ex Yugoslavia no están totalmente cerradas, y que la región todavía no ha avanzado hacia el desarrollo un modelo de convivencia basado en el reconocimiento pleno de las atrocidades cometidas y sufridas.
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