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Bajo Fuego

  • Mariano Costello
  • 7 dic 2015
  • 7 Min. de lectura

Los periódicos del mundo anuncian que Rusia ataca al Estado Islámico y mis reacciones rozan el desconcierto. La idea, antes de analizar las consecuencias o interpretaciones políticas que podría tener este avance, es ordenar un poco la información que tenemos siempre tomando en consideración que en un conflicto armado las fuentes son diversas - sabemos que en algún sentido la historia la cuentan los que ganan y por eso hay que tomarla con cuidado. El denominado Estado Islámico de Irak y Siria (ISIS en inglés) es una organización que ha cobrado relevancia en la zona de esos países, más que nada en la convulsionada Siria, esgrimiendo una estrategia de extremismo político-religioso que habrán reconocido con los famosos videos que circulan de ejecuciones efectuadas por encapuchados. Inicialmente entregados a la resistencia en Irak, esta organización ha mutado en su composición y nombre hasta llegar a tener la presencia que tiene desde 2013 tanto en Irak como en Siria como parte de la guerra civil de ese país tras la ruptura de la organización con Al Qaeda. Los territorios controlados por el Estado Islámico (EI) están sujetos a la Sharia (un código de conducta moral derivado de los preceptos de la religión islámica). El Estado Islámico ha logrado aprovechar las condiciones conflictivas de Siria y hoy se erige como un actor relevante y peligroso tanto para el gobierno de ese país como para los países que alientan una paz no basada en un dominio islámico ni extremista.


Fue a fines de septiembre cuando el gobierno de Al-Assad le pidió formalmente a Rusia que interviniera para combatir al EI. La justificación rusa es su intención de frenar a esta “organización terrorista” que representa un peligro para el mundo. Pocos conectan esta aparente buena predisposición con el hecho de que Rusia mantiene una base naval en el Mar Mediterráneo, en el puerto sirio de Tartus y ha expresado su apoyo numerosas veces a quien preside Siria desde el año 2000, Bashar Al-Assad. Éste último se enfrenta desde 2011 con diferentes grupos opositores compuestos también por mercenarios alimentados por países occidentales en una guerra civil que se ha cobrado ya demasiadas vidas y que, al punto del hartazgo, ha guiado a tantos sirios a jugarse la vida en el agua hasta lograr asilo en la muchas veces discriminadora Europa.

El ataque ruso consiste básicamente en un ataque aéreo que destruye o debilita posiciones del Estado Islámico pero que solamente podrían llevar a la destrucción total (lo que no parece ser el objetivo de nadie) con un complemento que se supone desplegará el desgastado ejército sirio de ataques terrestres. Se han suscitado diferentes posturas al respecto de estos ataques, la primera tiene que ver con la advertencia – con la que coincido – de que el objetivo claro hoy no parece ser la destrucción total del EI sino que se acerca más a un intento de asestar un golpe no fatal. Por otra parte desde la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), con Estados Unidos a la cabeza, se advirtió que Rusia atacaba lugares que no eran estrictamente posiciones del EI sino posiciones de otros rebeldes apoyados por países occidentales, a lo cual Rusia respondió claramente que hay otros grupos terroristas que atacan a las Fuerzas Armadas de Siria, como queriendo aclarar que la intervención es también para salvar al régimen de Al-Assad. No tan increíblemente, Putin se apoya en la idea de la intervención preventiva (al mejor estilo estadounidense) para argumentar sus “operaciones antiterroristas” al tiempo que apunta que se actúa en sintonía con el Derecho Internacional (ya que hubo pedido oficial por parte de Siria) e invita a los Estados interesados en la lucha contra el terrorismo a sumarse.

La alianza en la que descansan las esperanzas de Al-Assad está compuesta por Rusia, Irán, Irak y por supuesto su propio gobierno e insiste el primer mandatario en que deberá tener éxito ya que de lo contrario la destrucción será el destino de toda la región. Tal vez el punto de inflexión que permite entender este rol protagónico de Rusia mientras Estados Unidos aprieta los dientes sea lo que sucedió en 2013, cuando Obama se escandalizaba y decía que Al-Assad estaba utilizando armas químicas contra su propia población en la guerra civil y puso el grito en el cielo intentando una de esas intervenciones conjuntas a las que nos tienen acostumbrados. Empero, fue entonces que algunos de sus aliados como Inglaterra se rehusaron a tomar la lanza y se tuvieron que avenir, luego de dilataciones e investigaciones de Naciones Unidas, a una salida diplomática como la que propugnaban los rusos, Al-Assad entregaría su armamento químico para despejar dudas y se continuaría esperando la ocasión para ver el desenlace de esta situación. Tal vez entonces, haya sido ese el punto en el que dada la incapacidad de Estados Unidos de arrastrar a “Occidente” a una intervención militar que deponga al gobierno sirio, sumado a la inexistencia de otro sector homogéneo de oposición a Al-Assad con el que concuerde Estados Unidos algo haya cambiado. Eso entonces es probablemente lo que hoy nos lleva a entender con cierta naturalidad que Rusia haya salido con sus fuerzas aéreas a ejercer influencia en un conflicto que, si bien es próximo a sus intereses, no se encuentra amenazando directamente su seguridad ni está en su llamada zona de influencia.

"Siria es un amigo para nosotros, estamos dispuestos no solo aportar contribución a la lucha contra el terrorismo sino también al proceso político". Así se expresaba Putin luego de una reunión con el primer mandatario sirio y con esto introducía otro elemento trascendental del conflicto. Infructuosa se reveló “la guerra contra el terrorismo” emprendida por Estados Unidos y ahora Rusia plantea que la respuesta debe inclinarse hacia el fortalecimiento de los gobiernos existentes y no a su destrucción. Tanto estadounidenses y rusos dicen estar en contra del EI pero difieren entonces en el tema central de la salida con o sin Bashar Al-Assad. En las filas de Putin, Bashar Al-Assad parece ser algo así como una figura de dictador necesario, una figura con cierta autoridad que pueda continuar a la cabeza de un país que ya está suficientemente dividido por no decir diezmado. En filas estadounidenses piensan que Al-Assad es indefectiblemente causa (a lo sumo una parte) del problema. Se impone por el momento una situación donde Putin lleva la delantera y Estados Unidos deberá esperar para que su próxima jugada sea la adecuada. No creo que pueda costear otro error fácilmente en la zona.

Los diálogos se están produciendo aunque sin demasiados frutos por el momento. Estados Unidos y otros actores exigen la renuncia del presidente sirio mientras que Rusia e Irán no lo ven como posibilidad, por no ser conveniente. En una jugada muy astuta por otra parte, Rusia mantiene reuniones con varios actores involucrados y no sólo ha estado atacando con el permiso pertinente sino que ahora se expresa a favor de una negociación entre Al-Assad y opositores para llegar incluso a la concreción de elecciones, pretendiendo que ningún jugador externo se entrometa en la decisión de los sirios (salvo ellos mismos claro que ya se metieron).

En adición y para que las últimas líneas sean, en el mejor de los casos, disparador de discusión hay que resaltar una cuestión. Puede parecer que la mala imagen de Estados Unidos como interventor serial está permitiendo un vuelco hacia otras potencias a la hora de salir a pedir ayuda afuera de las fronteras y puede incluso que esto pueda argumentarse. Aunque pueda conceder eso en una discusión más amplia quiero dejar en claro que no creo que ese elemento tenga un rol cardinal en este caso. Este caso se comprende por las estrechas relaciones que vienen teniendo el gobierno de Putin con el gobierno de Bashar Al-Assad y podríamos sostener que si esto hubiera ocurrido en otro país de la región, muy diferentes serían los sucesos. No podemos asegurar que ningún otro país habría ido a pedir lo que Siria le pidió a Rusia y ésta no hubiera tenido tantas razones para acudir en su ayuda como las que encontró en este caso.

Por otro lado, a los nostálgicos que ven guerra fría en todos lados, quiero plantearles que el hecho de que dos posturas - en este caso representadas justo por Estados Unidos y Rusia - se enfrenten no significa que tengamos que interpretar todo conflicto de modo lineal y binario. Cuando los rusos juzgan útil estar en sintonía con Estados Unidos o con iniciativas de occidente, se disponen a acompañar y cuando sienten que conviene despegarse y proponer lo hacen. La política rusa mantiene un sesgo realista que inevitablemente desconcierta a quienes quieren encontrar patrones estables (lo que no quiere decir que Rusia viva improvisando, sólo significa que en su lógica costo-beneficio a veces deciden avenirse y a veces deciden actuar y ser protagonistas y eso no depende de la postura de una suerte de rival histórico sino de sus propios intereses).

Por último y habiendo dejado de lado muchas aristas para analizar, hay que volver a decir que Siria está bajo fuego. Hace mucho. En condiciones donde los intereses en juego son tan disímiles ninguna solución conforma a todos ni es fácil de llevar a cabo. De cualquier manera los que pagan el precio de estos enfrentamientos son también los que pueblan esas ciudades que en imágenes visibles se han mostrado destruidas. Son también los que frente al agotamiento tienen que dejar su hogar e irse con la idea de no volver, en circunstancias que a falta de una mejor expresión llamaré decisivamente adversas.

Así, abajo del fuego se queman las brasas de la bronca de quienes la viven solamente porque les tocó. Atrás del fuego están los de siempre, los que en su pragmática estrategia no reparan en las vidas que se cobran - y ni siquiera se trata de inocentes o culpables porque no hay muertes merecidas. Desde un escritorio el fuego se asemejará a una película o un juego. Desde adentro quema y queda.

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