Catalunya, sociedad salomónica
- André de Foix
- 7 dic 2015
- 5 Min. de lectura

Catalunya pasa horas agitadas. El debate acerca de una posible redefinición de las relaciones entre la Comunidad Autónoma y España (incluida una posible separación) ha pasado por un proceso de radicalización y aceleración de los tiempos políticos, dejando indiferente prácticamente a nadie. En 2014, Artur Mas, presidente de la Generalitat de Catalunya intentó llevar adelante una consulta popular sobre la posibilidad de una independencia respecto del Estado Español, iniciativa declarada inconstitucional por los tribunales españoles. Como consecuencia de esto, los sectores independentistas (y aunque no lo reconozcan públicamente, también los sectores unionistas) tomaron a las últimas elecciones parlamentarias como un verdadero plebiscito, donde se demostraría en las urnas el apoyo – o rechazo- de la ciudadanía catalana al proyecto político independentista.
Por motivos históricos, Catalunya es un lugar donde se han desarrollado múltiples identidades nacionales. A grandes rasgos, por una parte se encuentran quienes sostienen que debido a una cultura propia y diferenciada, incluida una lengua característica y distinta del castellano, los catalanes constituyen una nación, y como tal, de acuerdo con el derecho de autodeterminación de los pueblos reconocido por las Naciones Unidas, deberían los propios ciudadanos catalanes decidir democráticamente cuáles deberían ser sus relaciones con España. A su vez, dentro de este grupo a favor del llamado “derecho a decidir”, podemos encontrar posiciones abiertamente independentistas, y posiciones a favor de permanecer en el Estado Español con altos niveles de autonomía. Por otro lado, se encuentran quienes consideran que la identidad catalana y la identidad española no son excluyentes sino complementarias, y que el status político-jurídico de Catalunya es un asunto que compete a todos los españoles. Dentro de este grupo, lógicamente, se ubican quienes son contrarios a la separación entre catalanes y españoles.
Los distintos partidos políticos que concurrieron a las elecciones parlamentarias pueden ser – a veces fácilmente, a veces no tanto- clasificados dentro de alguna de las posiciones frente al debate identitario. Las posiciones independentistas encuentran representación en dos partidos, el centrista y aglutinador Junts pel sí –el partido del actual presidente, Artur Mas, un frente electoral formado por partidos históricos catalanes como Convergencia y Esquerra Republicana- y el fuertemente de izquierda Candidatura d'Unitat Popular (CUP).
Los partidos españolistas, por su parte, son los dos partidos estatales, el Partido Popular y el Partido de los Socialistas de Cataluña –filial catalana del PSOE-, a los cuales se suman Ciudadanos y Unión Democrática de Cataluña, éste último a favor de remodelar la estructura política española en dirección de un mayor federalismo, pero en principio contrario a una independencia definitiva.
Bastante más difícil de clasificar es la filial catalana de Podemos, Catalunya Sí que es Pot, partido que igual que Ciudadanos surge directamente de la crisis política y de representación que vive la sociedad española. Decimos difícil, pues mientras que éste reconoce el llamado “derecho a decidir”, no posee una posición definida sobre la independencia, entendiendo sus partidarios –entre los cuales se encontrarían tanto independentistas como unionistas- que ese asunto debería ser discutido después de solucionar los graves problemas socio-económicos del Estado.

Sin embargo, y paradójicamente, los resultados de las últimas elecciones, lejos de clarificar hacia donde se dirige la sociedad catalana, nos muestran la profunda división que la atraviesa. Mientras que la suma de los escaños de los partidos independentistas les otorgan mayoría absoluta en el Parlamento (punto para la independencia), la cantidad total de votos no les abiertamente favorable (punto para el unionismo). Uno a uno. ¿Qué nos dejan, entonces, las elecciones catalanas? Algunas conclusiones, sí, pero también muchos interrogantes. Aquí van algunos de ellos:
La identidad española se encuentra en crisis en algunas de sus regiones periféricas. Nacionalismos centenarios, como el vasco y el catalán, han certificado en las urnas su fuerza política. A la mayoría absoluta independentista dentro del Parlamento catalán se agrega la investidura de Uxue Barkos como presidenta de Navarra, primera presidenta abertzale –nacionalista vasca- de la historia de la Comunidad Foral.
El escenario catalán se encuentra en una clara situación de empate, en tanto los partidarios de la separación y los partidarios de la unión son numéricamente muy similares. En consecuencia, es muy complicado alcanzar una solución consensuada al asunto, en tanto cualquiera de las dos alternativas –status quo o independencia- dejaría una gran masa de descontentos.
Con una participación electoral cercana al 77%, estas elecciones demostraron que la sociedad catalana está abiertamente comprometida con el debate político, y que las relaciones Catalunya-España son el primer tema de su agenda.
La casi igualdad en la cantidad de votos hacen muy difícil a corto plazo que el independentismo, que con mayoría absoluta en el Parlamento técnicamente podría hacerlo, opte por una declaración unilateral de independencia. Dicha medida sería rechazada por una porción importante de la sociedad catalana –tanto quienes desean independizarse pero desean alcanzar un acuerdo con el Estado, como quienes no desean hacerlo- y podría tener mayores costos en la relación con otros actores internacionales
A pesar de lo mencionado en el punto anterior, es indudable que la fuerza alcanzada por los catalanistas debería forzar a ambas partes a sentarse a negociar. Es evidente que la confrontación ha llegado a un nivel donde es necesario utilizar el diálogo y evitar las posiciones extremistas, so pena de pagar severos costos políticos y electorales. Esto parece especialmente claro para Rajoy, cuyas intervenciones públicas parecen estar más destinadas al consumo interno de sus partidarios que a la verdadera resolución del conflicto.
La batalla mediática ha alcanzado niveles impresionantes. Los medios de comunicación son uno de los escenarios donde la disputa se palpa de manera más contundente. Prácticamente no pasa un día en el cual los principales diarios españoles no saquen una nota acerca de lo apocalíptica que podría resultar la independencia. Algunos diarios catalanes no se quedan atrás. En gran medida, esto contribuye a crear un clima de polarización y transformar el debate en un conflicto de suma cero. La presión de la prensa parece ser asfixiante (y poco productiva).
¿A quién pertenecen los votos de Catalunya sí que es Pot? La ambigüedad con que se ha tratado el debate independentista dentro de este espacio lleva a que ambos bandos entiendan a esos votos como suyos. Dentro del partido hay partidarios independentistas y no independentistas, y en caso de una consulta al respecto, estos votantes realmente podrían marcar una diferencia.
¿Estaría una Catalunya independiente aislada internacionalmente? Este planteamiento es el principal caballito de batalla de las posiciones unionistas. Es posible que si se diera una declaración unilateral de independencia Catalunya encontrara poco eco dentro de las instituciones claves del ordenamiento internacional, tradicionales defensoras de la integridad territorial de los Estados. Si se tratara de una independencia pactada, el caso podría ser distinto, y francamente es difícil de imaginar que un territorio con la importancia comercial y productiva que posee Catalunya fuera dejado de lado por los actores internacionales. Aunque, y esto es cierto, su carácter de nuevo sujeto de Derecho Internacional lo obligaría a realizar numerosos nuevos pactos, donde a cambio del reconocimiento de otros Estados los catalanes podrían tener que hacer bastantes concesiones.
El destino de esta sociedad salomónica parece estar, en definitiva, cubierta por el velo de la incertidumbre. ¿Serán los actores políticos capaces de emular un proceso transparente como el escocés?
Comentarios