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Palmadita en la espalda para Varoufakis

  • Jorge Jaef y Agustín Albini
  • 7 dic 2015
  • 4 Min. de lectura

Después de casi cuatro años de crisis económica y financiera Grecia se encuentra nuevamente en tratativas para la obtención de un acuerdo de salvataje con el Eurogrupo. Indudablemente ha sido un camino largo y el nuevo gobierno de Tsipras no ha sido (por suerte para el pueblo griego) uno fácil de persuadir. De todos los personajes que estos últimos años han expuesto al escrutinio público el más interesante ha sido, sin lugar a dudas, Yanis Varoufakis.

Designado Ministro de Economía, Yanis Varoufakis se erigió en símbolo de la lucha de los países menos desarrollados de Europa (¿yY del mundo?) contra el dominio económico de los fuertes –y liberales. Sin embargo, Varoufakis no destacó simplemente por sus tomas de posiciones intransigentes y su rechazo a los dictados de la ortodoxia económica. Es indudable que la ausencia de corbata, la moto y su encantadora esposa, dotaron a este bad boy de la economía de una mística especial. En la época del mass media, del 4G y de ese fenómeno que nadie sabe bien qué significa, pero todos han sabido llamar “globalización”, la imagen y el personaje pesan.

De Ramiro L’Orco a Yanis Varoufakis

Cuenta Maquiavelo que en la Roma Antigua, César Borgia, decidido a poner orden entre sus súbditos, no dudó en encargar a su súbdito Ramiro L’Orco la comisión de toda una serie de atrocidades contra la población. De esta manera, el miedo cundió entre la población, ahora más sumisa. Sin embargo, no contento con ello, César Borgia se encargó de que la cabeza de L’Orco, cuidadosamente dispuesta sobre una lanza, decorara la plaza principal de Cesena. El ajusticiamiento encargado por Borgia lo eximió, en alguna medida, de la sangre derramada por su fiel colaborador. Sin embargo, la consolidación del poder del príncipe ya era un hecho gracias a las acciones de L’Orco.

El hecho de que la cabeza de Varoufakis siga adherida a su cuerpo obliga a cierta prudencia al pretender comparar la Grecia del 2015 con los reinos italianos del 1500. Sin embargo, si existe un punto en común entre ambas historias es que tanto Varoufakis como L’Orco jugaron un rol decisivo en la consolidación del gobierno de ambas comunidades políticas. Así como L’Orco permitió establecer el orden en Cesena, Varoufakis constituyó un símbolo de las ideas que permitieron a Syriza acceder al poder en Grecia. La oposición al programa de ajuste ortodoxo fue la idea-fuerza del partido hoy gobernante, de cara a la opinión pública (que todavía junta aceitunas y cree que con eso pagará la deuda a Alemania). Así, una Grecia cansada de la austeridad dijo nai (que es “sí”) a un proyecto político que prometió oponerse a aquella. El Ministro de Economía, se había erigido en símbolo máximo de la gestión de la crisis. La postura contraria a la aceptación de las condiciones exigidas por la Troika (un bello grupo de gente sin mala intención, como es el Banco Central Europeo, el Estado Alemán y el Fondo Monetario Internacional, unidos en tanto que acreedores de Grecia) quedó automáticamente unida al helénico sin corbata. Pero ante la forzosa aceptación de la última propuesta, se volvió claro que Varoufakis debía ser sacrificado. La aceptación por parte de Grecia de un plan que la gran mayoría de los analistas ha coincidido en considerar más pernicioso que su versión anterior, no dejó lugar para Varoufakis en el gobierno de Syriza. Con una alta dosis de pragmatismo, el sex-symbol de las finanzas heterodoxas “dimitió” (aunque sin tomar distancia del partido, lo que permite percibir el alejamiento como una decisión de estrategia consensuada a nivel político-partidario, o simplemente no quedar tan embarrado). La decisión de adoptar la peor de las alternativas, la más perniciosa en términos sociales, no deja de oponerse a la esencia de la plataforma de Syriza, pero al menos, pone coto a la flagrancia de tal contradicción.

Cómo funciona el mundo

Nadie puede dudar de las intenciones de Syriza de oponerse a la austeridad. No hay elementos que permitan sugerir que Tsipras ni ningún funcionario de la gestión griega albergaron en algún momento la secreta preferencia por la aceptación de las condicionalidades de corte ortodoxo que la Troika planteó como contrapartida del salvataje. Estimamos que la honestidad de las promesas de campaña de Syriza no debe ser cuestionada. ¿Qué pasó entonces? ¿Por qué el gobierno de Tsipras se avino a la aceptación del último plan del grupo de acreedores? ¿Cuáles fueron las causas que sustentaron semejante viraje luego de meses de resistencia en las trincheras de la heterodoxia económica? Lo que se impuso fue la lógica de funcionamiento del mundo. A Yanis, el sex symbol, el tipo de apariencia imponente, se le quemaron los papeles. Varoufakis dijo, en la primera entrevista que concedió tras su renuncia que “figuras muy poderosas te miran a los ojos y dicen ‘tienes razón en lo que dices, pero vamos a aplastarlos de todos modos’”. Varoufakis relató que las reuniones equivalieron a un intercambio que de ninguna manera podía considerarse un diálogo, en tanto en cuanto los mensajes que emitía Grecia parecían no tener la más mínima trascendencia para el Eurogrupo y, en particular, para el ministro alemán Schäuble quien, a los ojos de Varoufakis, maneja con total discrecionalidad el Eurogrupo, en nombre de su país. Es evidente que este señor, mal llamado “ministro” creyó en los cuentos de hadas, donde Alemania es bondadosa y en China tratan bien a los trabajadores.

¿Podría el gobierno de Tsipras haber hecho más para resistir durante las negociaciones? El tipo duro de las finanzas helénicas cree que sí. Medidas como la emisión de cuasi moneda y la autonomización del Banco Central Griego con respecto a su homólogo europeo, estaban sobre la mesa. Varoufakis señala que no le fue posible convencer a Tsipras de redoblar la apuesta. Ingenuo, creyó que su mandamás iba a mantenerse con él en todo momento, cuando únicamente jugaba sus propias cartas, dejándolo pagar el costo político.

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